Pensemos en nuestro punto de partida

10 Mar 2019

 «Siempre hay algo que enseñar y aprender». Recuerdo que tenía unos 9 ó 10 años cuando iba con mi abuela materna a Barrancabermeja, una pequeña ciudad de Colombia, América del Sur y fue precisamente a esta edad cuando tuve mis primeras experiencias reales sobre «Dar y «Recibir».

Recuerdo haber ido con alguien a quien considero como mi «familia extendida», Amparo Ferrínm a hacer un trabajo misionero con la iglesia en la época de Navidad. Acepté la misión de ir a sectores marginales para dar amor y regalos a familias necesitadas. Entendí que llevaríamos amor y aceptación. Lo que no sabía en ese momento, era que Dios estaba preparando mi corazón para la persona que soy hoy y que, a su vez, él me estaba preparando para mi trayectoria profesional, que es unirme a las personas ofrecerles esperanza y aceptación. Soy una trabajadora social, una terapeuta de salud mental y una entrenadora espiritual.

Sin embargo, ¿qué significa eso para mí?
Soy una mujer en constante crecimiento y una mujer que ha aprendido a tener confianza en sí misma. Desde muy joven, aprendí que escuchar era importante, que ser una persona afectuosa era una ventaja y que cuidar a los demás era «lo mío». Ya de adulta, aprendí a compartir mi amor y lecciones de vida con otros, como los estudiantes y adolescentes con quienes trabajo, o las mujeres y los adultos jóvenes con depresión y ansiedad, o los hombres con falta de confianza en sí mismos.

Definirme como una Coach Espiritual me lleva a identificarme como una mujer que puede ver la vida espiritual como un «regalo», alguien que te va a invitar a usar tus creencias (cualquiera que sean) a tu favor. De igual modo, alguien que te ayudará en tu proceso de definir quién eres; a aceptar tus fracasos como fortalezas, a desarrollar nuevos hábitos de vida que te facilitarán el proceso de vivir como un(a) triunfador(a)!

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